Fuente: Teología sin censura/Redes Cristianas
El último de los diez mandamientos, que Dios le impuso a su pueblo en el monte Sinaí, prohíbe el deseo de apropiarse lo ajeno: “No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni sus propiedades, ni su casa, ni su asno…”. El que desea lo que es de otro, si no controla ese deseo, vive en el constante peligro de hacer suyo lo que no le pertenece. El respeto a los demás empieza en el control de las apetencias que nos empujan a quedarnos con lo que es propiedad de otro o de otros.
Esto es lo que explica por qué hay gente honrada. Y por qué hay tantos sinvergüenzas. El que pone sus deseos en sí mismo (vivir bien, pasarlo lo mejor posible, disfrutar de todo, etc.), ése será inevitablemente un peligro, quizá muy grave, para quien esté cerca de él. Por el contrario, el…
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